martes, 15 de julio de 2014

El futuro economico social exclusivamente está en nuestras manos


Ma conviction  profonde, c’est que l’avenir n’est écrit nulle part, l’avenir sera ce que nous en ferons. Et le destin ? demanderont certains, avec un clin d’œil appuyé à l’Oriental que je suis. J’ai l’habitude de répondre que, pour l’homme, le destin est comme le vent pour un voilier. Celui qui est à la barre ne peut décider d’où souffle le  vent, ni avec quelle force, mais il peut orienter sa propre voile. Et cela fait parfois une sacrée différence. Le même vent qui fera périr un marin inexpérimenté, ou imprudent, ou mal inspiré ; ramènera un autre à bon port. S’agissant du  « vent » de la  mondialisation qui souffle sur la planète, on pourrait dire à peu près la même chose. Il serait absurde de chercher à l’entraver ; mais si l’on navigue habilement, en gardant le cap et en évitant les écueils, on peut arriver « à  bon port ».

Mon sentiment est différent. Il me semble que le « vent » de la mondialisation pourrait effectivement nous conduire au pire, mais également au meilleur. Si les nouveaux moyens de communication, qui nous rapprochent trop vite les uns des autres, nous amènent à affirmer, par réaction, nos différences, ils nous font également prendre conscience de notre destin commun.

Parallèlement au combat pour l’universalité des valeurs, il est impératif de lutter contre l’uniformisation appauvrissante, contre l’hégémonie idéologique ou politique ou économique ou médiatique, contre l’unanimisme bêtifiant, contre tout ce qui bâillonne les multiples expressions linguistiques, artistiques, intellectuelles. Contre tout ce qui va dans le sens d’un monde monocorde et infantilisant.

À ceux qui réagissent ainsi, j’ai constamment envie de dire : le monde d’aujourd’hui ne ressemble pas à l’image que vous vous en faites ! Ce n’est pas vrai qu’il est dirigé par des forces obscures, omnipotentes ! Ce n’est pas vrai qu’il appartient aux « autres » ! Sans doute, l’ampleur de la mondialisation, comme la rapidité vertigineuse des changements, donnent-elles à chacun d’entre nous le sentiment d’être submergé par tout ce qui se passe, et incapable de modifier le cours des choses. Mais il est essentiel de se rappeler constamment que c’est là un sentiment extrêmement partagé, y compris par ceux que l’on a coutume de voir tout en haut de l’échelle.

À qui donc appartient le monde ?  À aucune race en particulier, à aucune nation en particulier. Il appartient, plus qu’à d’autres moments de l’Histoire, à tous ceux qui veulent s’y tailler une place. Il appartient à tous ceux qui cherchent à saisir les nouvelles règles du jeu -aussi déroutantes soient-elles- pour les utiliser à leur avantage.


Mi convicción profunda es que el futuro no está escrito en ninguna parte; será lo que nosotros hagamos de él. ¿Y el destino? (se preguntarán algunos con un guiño de ojo dirigido al oriental que soy). Para el ser humano, el destino es como viento para el velero. El que está al timón no puede decidir dónde sopla el viento ni con qué fuerza, pero sí puede orientar la vela. Y esto supone una enorme diferencia. El mismo viento que hará naufragar a un marino poco experimentado, o imprudente, o mal inspirado, llevará a otro a buen puerto. Casi lo mismo podríamos decir del viento de la planetarización, que sopla en nuestro mundo. Sería absurdo tratar de ponerle trabas, pero si navegamos con destreza, manteniendo el rumbo, y sorteando los escollos, podremos llegar a "buen puerto".

Mi sentimiento es diferente (al de otros). Me parece que el « viento » de la mundialización podría efectivamente conducirnos a peor, pero igualmente a mejor. Si los nuevos medios de comunicación que muy rápidamente nos acercan unos a otros, nos conducen a afirmar, por reacción, nuestras particulares diferencias, igualmente nos pueden hacer tomar conciencia de nuestro destino común.

Paralelamente al combate por la universalidad de los valores, también es imperativo luchar contra la uniformización que nos empobrece, así como contra la hegemonía ideológica, o política, o económica, o mediática, y así como contra el inconducente unanimismo, y contra todo lo que amordaza las múltiples y diversas expresiones lingüísticas, artísticas, intelectuales... Y contra todo lo que va en el sentido de un mundo monocorde y que infantiliza.

A quienes reaccionan contra estas ideas, constantemente tengo deseo de decirles : ¡el mundo de hoy día no se parece a la imagen que ustedes tienen de él! No es verdad que continuadamente está dirigido por fuerzas oscuras, omnipotentes. No es verdad que pertenece a los « otros » Sin duda, la amplitud de la mundialización así como la rapidez vertiginosa de los cambios, dan a cada quien el sentimiento de estar sumergido en todo lo que se pasa, y de ser incapaz de modificar el curso de los acontecimientos. Pero es esencial recordar constantemente que ese es un sentir muy extendido, incluso entre aquellos más optimistas que tienen por hábito siempre mirar hacia lo alto y lo más prometedor.

Y entonces... ¿a quién pertenece el mundo? A ninguna raza en particular, a ninguna nación en particular. Más que en otros momentos de la historia, en realidad pertenece a todos aquellos emprendedores que quieren hacerse un lugar, pertenece a todos los que buscan comprender e internalizar las nuevas reglas de juego -aunque sean desconcertantes y contradictorias- para utilizarlas en cuestiones beneficiosas y útiles.



Mi planteamiento personal


Debemos darnos cuenta de que la realidad socio-económica, hoy ha cambiado tan substancialmente, que se necesita un enfoque y un tratamiento diferente en ciertos aspectos. Muchos de los bienes y servicios que se nos ofrecen, no son de elección personal espontánea o sentida, sino que dependen en gran medida del tiempo y del lugar en el cual hemos nacidos o en el que nos ha tocado vivir, de lo que se nos ofrece en muchos casos con publicidad engañosa, de pautas culturales establecidas, etc.

El ambiente natural y el entorno social no son elegidos al azar, y tampoco sus respectivas evoluciones. No tenemos un control personal muy grande respecto de asuntos tales como educación, salud, empleo, marginación, envejecimiento, etc. Es evidente que en muchos casos, estas cuestiones están sujetas a la ultra mercantilización, que con frecuencia produce cierto rechazo en las conciencias, ya que se percibe que algunos o muchos de quienes prestan servicios, desde médicos a abogados, jueces, vendedores, asistentes sociales, o limpiadoras, no desarrollan sus respectivas actividades en base a una verdadera vocación, y a una intachable ética profesional, y a una forma altruista y solidaria de actuar. Por otro lado, la reducción de la jornada laboral implica un aumento de ocio y del tiempo libre, lo que generalmente incita al consumismo, y éste, entre otras cosas, se contrapone con la necesidad de conservación de los recursos naturales.

En mi modesta opinión, todo es propicio para el nacimiento de una nueva cultura... Una cultura basada en un nuevo tipo de consumo selectivo, donde las mercancías serán no particularmente materiales, es decir, en su mayoría en número e importancia serán servicios o productos virtuales.

Además, esta cultura emergente probablemente será más propicia hacia el voluntariado, con bastante preponderancia de asociaciones y otras organizaciones sin fines de lucro. Por su parte, la caridad y el trabajo compartido emergerán con fuerza, porque los fuertes desequilibrios sociales existentes y que vendrán, no dejarán espacio para otra solución. Las motivaciones personales es lo que moverá a la sociedad del futuro, si bien es cierto que el grado de concientización social variará bastante de una persona a otra (esperemos que la cultura y la educación, en alguna medida puedan nivelar estas cuestiones).

A futuro, será muy importante cultivar los propios valores humanos, desarrollando objetivos de enriquecimiento no especialmente materiales, y pensando algo más en los otros, sean ellos familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, o ex compañeros de estudios.


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